Hola amig@s.
Acabo de llegar a Kampala-Uganda. Después de un día y medio de viaje he aterrizado en Entebbe Uganda. Desde que Airnostrum me dejó en Madrid y cogí el avión destino Doha, me di cuenta que me estaba sumergiendo en una nueva cultura. Los pasajeros que volábamos en ese vuelo formábamos una interesante mezcla de identidades: europeos, asiáticos, árabes, africanos…
De inmediato me di cuenta que el blanco no era el color de piel predominante. En ese avión, la diferente era yo.
Tan pronto como aterrizamos en Doha-Qatar, no había duda que estaba en otro continente. Había 35 grados, un 28 de febrero. La mayoría de las mujeres vestían con burka o niqab. La decoración del aeropuerto era majestuosa. Habiendo visitado miles de aeropuertos, no había visto ninguno como este.
Tuve que esperar durante seis horas a que mi avión despegara. Con lo que no tenía nada mejor que hacer que leer y observar todo lo que me rodeaba. Estaba fascinada con este nuevo mundo, diferente e intrigante para mí.
Embarqué en el vuelo Doha-Entebbe, mi destino final. A medida que pasaban las horas, mi ilusión por llegar a Uganda y ponerme manos a la obra aumentaba exponencialmente.
Ya sobrevolando el continente africano y cuando las nubes me lo permitían, disfrutaba del paisaje. Unas vistas llenas de color, de verde, de azúl, de vida… Sin lugar a dudas este iba a ser el viaje de mi vida.
No me lo podía creer, ¡ya estaba en Uganda! Me recogió David, un chico de treinta y pocos años, nacido en Kampala. Desde Entebbe, me llevó en coche hasta Kampala. Sinceramente, durante mi carrera como piloto militar, había tenido varias emergencias en vuelo, pero nunca había pasado tanto miedo como con David. Nos encontramos con motos de cuatro pasajeros. Con vehículos en sentido contrario dentro de nuestro propio carril. El estado de las imaginarias ¨carreteras¨ es como el circuito del París Dakar, no hay forma de saber donde están los límites del camino. La aparente inexistencia de señales y normas de tráfico, hace imposible prever cualquier tipo de maniobra por parte de los otros vehículos. En fin, un absoluto y terrorífico caos.
Gracias al destino, llegamos a Kampala y me acomodé en la casa de los voluntarios. Me explicaron como funcionaba la cultura Ugandesa y ciertas normas sociales que debía de cumplir por mi propio bienestar. Entre ellas, me recomendaban no llevar pantalones cortos, ya que esto daba “direct access to men”. Por supuesto, lo iba a respetar, pero me pareció muy triste y lamentable.
La semana comenzó. Los primeros días fueron duros porque aunque tengas una idea de lo que te vas a encontrar, nunca te lo imaginas así. Los caminos son de tierra-fangosa; la basura se amontona a lo largo del camino; y grandes grupos de niños juegan a su alrededor sin ser conscientes del peligro. Debido a que no tienen un sistema de recogida de basura, la única solución de librarse de ella es quemándola. Por eso, de vez en cuando se puede ver hogueras encendidas enfrente de sus casas.
Llegó mi primer día de clase. Tengo alumnos desde 4 años hasta 17 años. La mayoría son huérfanos. Son unos niños estupendos, no se despegan de mí en ningún momento. Me llaman Mzungu. Significa persona blanca. Me llama la atención el hecho que quieran ver la palma de mi mano. Se la enseño y comienzan a reírse. También me acarician los brazos, y juegan con mi vello, creo que les sorprende que tenga vello en mis brazos. Son una pasada. Les estoy enseñando a hablar español y en el video que os mando, lo podréis comprobar.
He tenido el privilegio de comer con ellos todos los días. Aunque siempre comamos lo mismo, arroz con posho, está delicioso y más teniendo en cuenta que cocinan con fuego real.
#ReglaDPCP